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viernes, 28 de agosto de 2015

Hace 10 años. Un 28 de agosto del 2005.

El día 28 de agosto está marcado en la historia del Sevilla FC por varios motivos, desde el más triste hasta algunos que pasan desapercibido para la mayor parte del aficionado. En esta entrada, quiero recordar una de esas esfemérides que no es tan importante pero marca la historia de nuestro club. Hace una década se producía en el Sánchez Pizjuán el debut en partido oficial de Kanoutte, Maresca, Saviola y Palop. Con ellos comenzó una nueva era, como reza el lema de la campaña actual. Por ese motivo, me apetece recordar unas palabras que dedique a Andrés Palop el día de su despedida en la revista Number 1 Sport.
 
En el mundo del futbol todos los aficionados llevamos dentro un alma de entrenador o secretario técnico. En mi agenda ficticia el nombre de Andrés Palop quedó escrito una tarde nublada de la primavera sevillana del año mil novecientos noventa y ocho, cuando defendiendo la portería del Villareal, nos despojó de las escasas ilusiones de ascender a primera parando un penalti en el último minuto. Siete años más tarde aquel joven que se hizo grande en el Sánchez Pizjuán, devolviéndonos con creces lo poco que nos  arrebató en aquella jornada.
 
Palop fue un hijo agradecido que ve el futbol como un regalo de Dios, después de vivir una infancia donde conoció muy pronto la dureza del trabajo en el campo ayudando a su padre, sufriendo las inclemencias del tiempo, el frío del invierno con los campos helados llenos de escarcha y el calor asfixiante del verano valenciano. A pesar de todo, comenta que no cambia  ni olvida esta etapa de su existencia porque le enseñó los valores esenciales de la vida. Además, en los momentos difíciles, le valió para sacar la fuerza interna necesaria para seguir luchando por conseguir los objetivos. Igualmente, el prefirió que sus hijos conocieran el mundo del fútbol a semejanza suya sin presión, disfrutando del deporte desde la base en un conjunto de pueblo con pocos medios, compartiendo el terreno de juego en los entrenamientos con otros equipos, viajando con los padres en los coches particulares y jugando en campos de albero.
 
Fue un deportista que respetó a todos sus compañeros, que es capaz de reconocer que aprendía cosas de un juvenil en el día a día de los campos de entrenamiento, que en los momentos de triunfo nunca dejó de lado a su ídolo de la infancia, ni al compañero que compartió vestuario en la génesis del Sevilla campeón. Nadie puede olvidar el gesto de portar la camiseta de Arconada, un emblema y un icono en sus principios, en la final de la Eurocopa 2008, anteponiendo, en aquel momento, el homenaje al héroe derrotado en el Parque de los Príncipes, bajando primero al vestuario en busca de la casaca, por encima de la celebración con los compañeros en el campo. Aunque en su retina siempre quedará la imagen de aquel 19 de mayo del 2010 cuando levantó en persona junto al espíritu de Antonio Puerta, plasmado en la elástica con su nombre y el 16 eterno, aquella Copa del Rey celebrada en Barcelona, saldando la deuda moral contraída con el amigo caído que demostró carácter y compromiso con su club desde niño.
 
Arribó desde el levante español buscando  la gloria que le negaron en su tierra, no imaginando nunca las vivencias que disfrutaría en el barrio de Nervión, que jamás bajó los brazos para no sentirse derrotado, que percibió el cariño, aliento, apoyo y fidelidad de la afición sevillista, que guarda como mejor recuerdo en el Pizjuán el gol del jueves de feria que nos abrió la puerta de los triunfos por delante de cualquier parada, que saboreó las sensaciones contrapuesta de la soledad que vive un guardameta debajo de los palos al marca un gol en Donetsk, aunque se quede con sus intervenciones en la portería, que fue el único titular que disputo al completo cada una de las finales que supuso la consecución de seis títulos que  contribuyeron a forjar la leyenda de ser el mejor portero de la historia reciente del Sevilla FC.
 
Por último se caracterizó por su humildad dando las gracias en su despedida por la consideración tenida hacia su persona, que se marchó dejando la impronta de un profesional honesto, que dio todo por la entidad y que desea volver pronto a su casa para  desarrollar un nuevo ciclo como entrenador.
 
Han pasado diez años pero las vivencias y recuerdos de Andrés Palop siguen vivo en el barrio de Nervión.

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