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lunes, 30 de marzo de 2015

Semana Santa en blanco y negro.

Desde niño he sido aficionado a guardar todo tipo de objetos que con el paso de los años me dan la oportunidad de volver a revivir instantes especiales. En ciertos momentos, donde la situación me lo permite me seduce, la idea de bajar a casa de mis padres y buscar en los viejos armarios o baúles recuerdos del pasado, de otra época muy distinta a la actual, que quedaron para siempre recogido en una instantánea en blanco y negro o un viejo recorte de prensa.  A finales de febrero me encontraba en este menester cuando entre las hojas de un libro localicé una foto antigua donde aparecía vestido de nazareno. Era un retrato realizado en una casa de la Barriada Summers donde tenía su estudio "El Mudo".
Esa imagen me transportó a aquellas Semana Santa de mediado de los setenta y principio de los ochenta. En mi memoria comenzaron a aparecer fotogramas de una vieja vivienda donde iba de la mano de mi padre, en ella, Sánchez sentado en una mesa al entrar se encargaba de distribuir la ropa de nazareno, mientras Castellano, atravesaba el cortinón grande que dividía el habitáculo en dos parte, para traer y llevar las túnicas según recibía la orden. En las calles Virgen del Valle y Muñoz y Pavón o la Placita del Valle germinaron las semillas de la actuales Casas Hermandades que disfrutan los cofrades de hoy, entre las paredes de aquellas arcaicas secretarías crecieron los cofrades contemporáneos y se cimentaron las estructuras de nuestra Semana Grande actual. 
Otra lámina me traslada al salón de acto de la Casa de la Cultura del punto, es el domingo previo al de Ramos, es mañana de pregón. Muy temprano cada Hermandad aporta una insignia para crear un decorado sobrio pero sencillo para la celebración del acto principal y único que anunciaba que Jesús iba a morir para salvarnos. La Cuaresma era muy distinta sin apenas eventos, no se realizaban conferencias, ni exaltación de la saeta, ni concierto de cuaresma o bandas musicales, todo quedaba reducido a los cultos. Actos religiosos con altares austeros sin tanta ornamentación. La iglesia y ermitas estaban huerfanas del bullicio de los jóvenes, no existían estos grupos que tanto oxígeno aportan a los mayores en forma de ayuda en el trabajo diario.
Volviendo al principio, la imagen es de una tarde de Sábado Santo en La Palma del Condado, las campanas repican a muerto. La iglesia comienza a llenarse de penitentes que llegan sin la papeleta de sitio, las listas de tramos no están expuestas, por lo tanto, cada nazareno ocupa la posición que le dicta el sentido común. La tarde está nublada, amenaza lluvia pero eso no impide que se forme el cortejo. Se aproxima la hora, un directivo sube a la torre y mira al cielo, nadie se reúne en la sacristía, sólo escucho hablar a mi padre de vientos, no se  llama por teléfono en busca de un parte meteorológico para conocer lo que va a suceder. La decisión está tomada si a la hora de salir no llueve todo seguirá su curso marcado y las puertas se abrirán. Sin embargo, aquel día el agua no permitió que se realizara la estación de penitencia y ese es el motivo que la foto sea de estudio.
Desde estas líneas quiero reconocer el esfuerzo de los cofrades que hacen posible que disfrutemos cada año de una Semana Santa en color y de paso homenajear a los directivos del blanco y negro, entre ellos mi padre, que mantuvieron las tradiciones en tiempos difíciles. El mismo fin honrar a Cristo pero que distinto.

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