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lunes, 2 de marzo de 2015

Corre la pelota.

Han pasado más de tres década, era principio de los años ochenta, cuando un joven de Osuna, criado en la carretera de Utrera hacía correr el balón por el tapete de Nervión a una gran velocidad. Sin embargo, el futbolista no tenía como principal virtud la rapidez en sus desplazamientos. Fue Manolo Cardo el encargado de dar la confianza a aquel pelotero capaz de mover un equipo desde el círculo central. Es fácil echar la mirada hacia detrás y recordar aquellas tardes de fútbol en el Sanchéz Pizjuán donde un canterano con el número seis a la espalda controlaba el tiempo del partido sin necesidad de pegar una carrera  innecesaria para ganarse el aplauso o respeto de la grada. El sevillismo disfrutaba de la joya pulida en la Cisneros Palacios y alardeaba de su calidad. Sus pases milimétricos contribuyeron al primer éxito nacional que recuerdo la Eurocopa de Francia 84. 
 
Sin embargo, todo cambia en la vida, un día eres rey y otro villano. Aquellas virtudes se convirtieron en defectos y la luz se convirtió en oscuridad. El mejor director de orquesta pasó a ser un simple músico, dejando de lado su papel principal para coger uno secundario. Sus partituras ya no tenían la melodía fina de tardes pasadas. Diferentes sectores comenzaron una campaña de desprestigio donde se exponía que ralentizaba los movimientos del equipo, los técnico empezaban a no contar con el futbolista y ocupó de forma asidua un puesto en la grada, iniciando, posteriormente, un destierro que lo llevó a tierras catalanas, donde de nuevo adquirió el protagonismo que merecía volviendo a brillar en el firmamento del balompié patrio.  
 
Estos recuerdos vienen a mi mente porque este verano cuando fichamos a Ever Banega pensé que después de treinta años recuperábamos un tipo de futbolista parecido al protagonista del principio D. Francisco López Alfaro. Soñaba con volver a ver cómo el balón podía ir de un lugar a otro del terreno de juego sin necesidad de tocar y tocar o por un patadón sin sentido. Aunque pronto mi ilusión se tornó en desilusión, por el esfuerzo, principalmente, de un sector de la prensa que disfruta con el fracaso y contagia a una gran parte de la afición. Se inició una cruzada hacia una persona que ha cometido errores pero merecedora de una segunda oportunidad. Somos pocos los que hemos esperado a Banega, mucho se ha escrito y hablado sobre su ritmo que no daba para jugar en primera pero poco se ha comentado sobre cómo un entrenador ha ido convenciéndolo para volver hacer de la persona una pieza importante para el equipo.
 
Hoy los torpes se quedaran con el buen hacer de Ever resaltando su mando y jerarquía pero pocos con el gran trabajo de Unai Émery un mal técnico con mucha suerte. El problema es que muchos no se dan cuenta que el respeto no se gana con derrotas sino con victorias.
 
   

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