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miércoles, 13 de agosto de 2014

Las finales no son premios.

El pasado viernes entrando en el estadio escuche como un niño de diez años le decía a su padre: "papa aunque no ganemos hoy yo seré siempre del Sevilla". Yo lo miré y sonreí porque eso mismo le comentaba yo a mi tío cuando con la misma edad no ganábamos nunca nada. En aquella época me sentía satisfecho si plantábamos cara al rival, si conseguíamos ponerles las cosas difíciles a los grandes o incluso si teníamos la suerte que algún arbitro tuviera una desafortunada actuación para justificar un resultado que nos daba como perdedor.

Con el paso de los años llegó el cambio de mentalidad que tanto anhelábamos, ya los partidos no solo había que jugarlos, sino ganarlos. Se alcanzaron títulos y en el barrio de Nervión se cambio de mentalidad, a Europa no se iba de turismo. Una derrota suponía una crisis interna, con este pensamiento alcanzamos por dos años consecutivos la consideración de mejor equipo mundial e invadimos nuestras vitrinas de copas. Crecimos tanto en el plano deportivo como social, dimos varios pasos hacia delante para codearnos con los grandes de Europa y ser considerado por todos ellos como un rival a tener muy en cuenta.

Sin embargo, el guión se alteró cuando el ideólogo que dio pies a esa metamorfosis perdió la lucidez creyéndose Dios en la tierra. Como resultado esos cimientos que parecían sólidos comenzaron a resquebrajarse, el gran castillo de la ilusión se acabó derrumbando y hubo que volver a los inicios a partir desde cero pero con la ventaja que antes ese camino ya se había andado y lo que se planificó para tres años se conquistó en uno. En mayo, el sevillismo reino de nuevo en Europa recuperamos nuestra seña de identidad de los años de grandeza dando a entender que el Sevilla FC no iba de invitado a ninguna batalla final. Demostrando que el resultado que vale es el del terreno de juego y que las victorias morales eran excusas de otras décadas atrás.

Puede que con los éxitos fuera desapareciendo la humildad, la sumisión y la modestia que antes me caracterizaba pero para mí las finales dejaron de ser triunfos. Por ello, no entiendo la manera de acometer esta final por parte de la entidad. No comparto las declaraciones del Presidente donde expresaba de forma clara una inferioridad y servilismo al equipo capitalino. Yo recuerdo como lo sometimos y avasallamos en una Supercopa de España en su feudo, aunque ese episodio haya sido olvidado y sepultado por la prensa madrileña. No concibo la venta de un futbolista las horas antes del encuentro, si era necesario su traspaso para fichar, se podía ver efectuado a principio de verano y repercutiría su  beneficio en este partido. Por último desde el seno del club, en mi opinión, sobró el tuit que nos daba vencedor en la grada. La entidad no puede caer en ese error, una cosa es felicitar a la afición y otra muy distinta intentar atenuar una derrota con esta circunstancia.

Espero que entendáis mi postura, no concibo una final como un día de fiesta y el resultado que me importa es el del campo. Está prohibido dormirse de nuevo en los laureles, no podemos volver hacia detrás y conformarnos con lo hecho. Ahí que ser exigentes solo desde la exigencia crecimos hasta situarnos en lo más alto del pódium mundial.





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