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viernes, 6 de mayo de 2016

La década prodigiosa.

Han pasado diez años desde aquel día, fue a finales de junio del año 2005, cuando me acerque con pocas ganas y la caballerosidad justa a felicitar a mi amigo Antonio por el título de copa conseguido por su equipo, en ese momento, la sonrisa se adueño de la expresión de su cara y con un tono de voz altivo me hizo una declaración de intenciones que era más falsa que mi enhorabuena por el triunfo alcanzado por los suyos. Aquel: "Yo deseo que alguna vez podáis jugar una final aunque la perdáis, porque, disfrutad de ese día merece la pena ya que es un acontecimiento único y todo aficionado al fútbol debería vivir al menos una vez en la vida".

Esa frase contenía bastantes mensajes ocultos detrás del cariz distendido que ambos tratábamos de dar a la conversación. En ese comentario se mostraba la prepotencia del ganador que se sentía dominador por haber tocado el cielo frente al débil que empezaba a vender ilusión a su afición en forma de humo para muchos, el egoísmo del poseedor de una copa que no pensaba compartir con nadie y jamás podría ser gozada por la otra parte de la ciudad porque le pertenecía, la rebeldía del subordinado que veía como por un periodo de tiempo se despojaba de su papel de bufón para sentirse rey y gobernar el sur de España y la seguridad del vidente que tenía claro la nula posibilidad que sus palabras se fueran a cumplir. 

Hasta ese momento los fotogramas guardados en la memoria del sevillista eran de noches donde el fracaso se apoderaba del espacio escénico, soñar no estaba permitido para el aficionado porque al final la decepción conquistaba con más fuerza los sentimientos del habitante de Nervión. Sin embargo, dicen que no hay mal que cien años dure y la goleada de Kaiserslautern se borró por la encajada al Zenit en casa, el gol del último minuto que nos eliminó en Lisboa se cambió por el del Schalke, aquellos deseos de gloria que se ahogaron en la noche del Torpedo en el Pizjuan salieron a flote en Eindhoven y se cumplió lo de participar en una cita importante. Lo malo, amigo Antonio, que después han venido catorce finales más, una detrás de otra y de ellas nos hemos traído a las vitrinas siete trofeos más en forma de copa que agrandan nuestra leyenda.

Pero si en este instante me acuerdo de tu nombre es porque ayer jueves me vino a la memoria tu pequeño discurso, cuando al bajar las escaleras escuché a un niño preguntar a su padre: "¿Nos dejará mama ir a otra final papa?" Hoy la desilusión del seguidor de hace diez año se ha convertido en preocupación. Ese niño nada más ha conocido triunfos y le es familiar luchar por los campeonatos. Los tiempos han cambiado y hemos pasados de ser consolado por los rivales a ser un grande del viejo continente y esto no es fruto de la casualidad sino del trabajo bien hecho y la unión que debe imperar por encima de cualquier aspecto individual.

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